Un militar es un señor, o señora, a quien alguien que lleva una estrella más le da una orden y la obedece sin cuestionarla. Entender esto en el mundo civil es complicado, pero de no ser así los Ejércitos no funcionarían y, por ejemplo, las «deneges» que tan meritorio trabajo hacen en zonas de conflicto tendrían que volverse a casa. Los militares no tienen sindicatos, lógico, pero son personas, obvio, seres humanos con sus familias y sus ilusiones, y estas últimas se las han cargado de un plumazo con la nueva Ley de la Carrera Militar. Pongo un ejemplo, gracias a esta ley un suboficial puede que no ascienda hasta los 58 años y un Teniente Coronel joven es posible que se jubile después de más de 10 años sin ascender. Y éstas no eran esas sus condiciones cuando se hicieron militares. Si a los jueces les dicen de repente que no serán magistrados hasta que se jubilen, se organiza la de San Quintín, claro que a veces los jueces juzgan casos de trascendencia pública que afectan a los políticos y los militares se limitan a obedecer órdenes. Así es que así debe ser un Estado de Derecho, pero ese Derecho no da su vez derecho a desproteger, a humillar a quienes, en definitiva, son sus últimos guardianes, aquellos a los que ojalá jamás tengamos que recurrir, pero que si un día los necesitamos, sólo dirán a sus órdenes y se dejarán sus vidas por todos nosotros.
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